unos días en el rio uruguay - Sol Narváez
Este primer libro de Sol te llena de preguntas: preguntas veladas, que van creciendo como manchas de humedad por detrás de los poemas y te asaltan al final, y preguntas directas, incisivas, como de niña en edad de preguntar. Hay un poema que nos interroga, desbocado y lúcido, por la memoria: ¿cuánto se tarda en olvidar un nombre? ¿Cuánto se tarda en desaparecer?
No tengo ni la menor idea cuánto se tarda en olvidar, pero sé que hace meses, y en algunos casos más de un año, tengo pegadas, del lado de adentro, como estampitas, estas imágenes de los poemas de Sol:
La tarde, como un durazno maduro rodando por el suelo.
El cielo y la brisa como delicadas algas celestes entre los dedos de los pies.
Las palabras viviendo adentro de mío, como un centenar de enfermos encerrados en una clínica.
No sé cuánto van a tardar en desaparecer de mí, pero la sensación que tengo ahora es que son mi tesoro, y que nadie me las puede sacar. Esto me hizo pensar que uno de los trabajos de la poesía es ese: intentar aferrarse con uñas y dientes contra el olvido; cavar una morada en la tierra del lenguaje, contra la tormenta del tiempo. Cada poeta tendrá sus estrategias para esta hazaña. La poesía de Sol Narváez, en principio, queda reverberando a fuerza de su sensualidad: Si cierro los ojos, la escucho; si pongo la mano, siento su textura; me acerco y puedo olerla: está perfumada.
Este despliegue de sentidos avanza con una cadencia suave, sin necesidad de mayores acrobacias. Sol te hace creer que el poema es eso que sale de un tirón en la fila del cajero. Digo te lo hace creer porque los poemas se construyen sobre una sensación de ligereza, de tersura cotidiana. Y lo cotidiano, sí, es el lugar que Sol reclama para sus poemas. Hablar hoy de “lo cotidiano” es decir poco y nada, parece que todxs lxs poetas hablaran de eso. El asunto, como siempre, es el cómo. Sol es experta en introducirse en los pliegues del día a día para ver la vida bien de cerca, para hacerle preguntas, y además, para transformarla a su antojo, porque el yo poético (o la yo poética) de este libro proyecta, como toda niña y como toda luchadora, una realidad distinta. Como dice Audre Lorde (poeta norteamericana feminista), la poesía es fundamental porque pone los cimientos de un futuro diferente, tiende un puente desde el miedo hacia lo que nunca ha existido. Puente desde el miedo hacia lo que nunca ha existido es casi un ejercicio permanente en la poesía de Sol: una visita a una amiga internada se transforma en un piyama party; la autopista 25 de mayo es el lomo de una ballena; los autos son yararás; los patrulleros, bichitos de luz en la orilla. Y lo más importante: ella misma se vuelve otra.
Jugar a dejar atrás/jugar al exilio/jugar a no volver más o volver siendo/ otra: jugar a ser junco a flotar/ a ser la tonina que el mar delicadamente/ está velando.
En este movimiento hechicero, Sol te hace sentir que el trabajo de la vida no es para nada trágico. Incluso parece simple. Pero esa sencillez es engañosa, porque es la sencillez rotunda del haiku, la que de repente te da un flechazo en una parte del cuerpo que ignorabas que existía.
Si tuviera que definir en una frase la poética de Sol elegiría una frase de ella, porque este poemario además de todo lo que es, es bizco, quiero decir: transita la poesía y habla todo el tiempo sobre ese tránsito. Yo diría, entonces: percibir los claroscuros. Hay en Sol una ética y estética del balance, del ying y el yang; hay una búsqueda de estar cerca de la vida y de ser justa con ella. Y para ser justa hay que tener empatía, ternura, entusiasmo por el mundo ajeno, y eso es columna vertebral en este libro: Aprender de mi novio que colecciona desodorantes vacíos, aprender de las variedades de bagre y las formas de encarnar. Aprender de un grupo de obreros que juegan un truquito en el tren que va hasta las manos. Redefinir permanentemente la importancia de las cosas porque la vida es absurda viajás mal y podés morir como rata pero te animás con los toldos coloridos de Liniers.
No sé si Sol Narváez es sabia, lo que sé es que su poesía, ese fascinante tercer ojo, tiene mucho que enseñarnos. Despiadado y a la vez suave, este poemario me enamora y persiste en mi memoria porque sabe de perspectivas: se acerca y se aleja, llora y se repara; es el centro caprichoso del mundo, y también sabe llegar a su casa, que es una casa pequeña, entre tantas casas pequeñas. Sabe perderse y volver a encontrar su lugar en la familia de las cosas.
Natalia Leiderman
unos días en el rio uruguay
él sumerge los pies en el rio
me cuenta que el fondo es de arena
de a ratos ensarta lombrices en los anzuelos
a mí se me da por mirar
la escena sentada en la orilla
leo
escribo
saco una foto
escucho hablar de mareas, variedades
de bagre y formas de encarnar
y de verdad me interesa
aprendo
*
el hombre de la mesa más próxima escucha
música de piano solo (¿liszt?)
cuando llegamos hace un rato, escuchaba cumbia
los arpegios del piano fueron
una grata sorpresa
no solo por liszt, sino por algo variedad
en este rio tan quieto
nos envuelve el olor del agua y la luz
tan cambiante de la tarde – vos en la orilla
anudas pequeños anzuelos plateados:
manos llenas de arena
y silencio
*
el sol cae
sonido del lance del pescador
la tanza cruza el aire
-imagino la plomada que entra
al agua y busca ciegamente el fondo
y después otra vez el rio
alguna torcaza
voces a lo lejos
*
tengo un rio frente a mi
sonido del agua
ramitas que se quiebran
adivino
pasos detrás mío
enmudecidos por la arena
*
una niña se acerca a la orilla
del rio crecido
y mira el agua turbia
un largo rato
en total silencio
*
en el parque nacional el palmar, la guía habló
de la superpoblación de torcazas
después estuve sola, viendo como todo el tiempo
miles de ellas cruzaban el cielo
sonido de miles de alas, miles de alas
miles pero miles de alas!
*
me gusta estar donde hay mucha vida
como estas piletas llenas de familias y niños
y jóvenes que aún vacacionan con sus padres
y parejas como nosotros, y gente vieja que quiere
sentirse bien y conversa a media voz
en las piletas de agua tibia
todos lucen como recién llegados a una fiesta
como los cuerpos morenos de los niños, que brillan
y gritan esos cuerpos de renacuajos felices
cuando bajan a toda velocidad por los toboganes de agua
y sus espaldas pequeñas y morenas de rio brillan
y brillan húmedas bajo el sol, como también
brillaban, ahora que lo pienso
los ojos de los zorritos ayer en el campo
entre los palmares
*
a fin de cuentas es agradable
que me des la espalda
de vez en cuando
en el campo de buenos aires hay
cañadas a los costados de la ruta
con un ganado quieto en sus orillas
paramos a almorzar, aprovechás para
despuntar el vicio: entre “tirito y tirito”
venís al lado mío, comés una porción de tarta
y silenciosamente cambiás de señuelo
quizás acompañando con alguna frase alusiva
de esas que no esperan respuesta
y el viento nos silba al oído
a los dos
por igual
*
a él le gusta entrar al agua
le gustan las cosas del agua
muelles, camalotes, sauces, y peces
de agua dulce – traerlos a la orilla
con paciencia, satisfecho de haber acertado la carnada
le gustan las lagunas y los ríos
y podría quedarse muchas horas así
en la orilla, ocupado en la pesca
a mí en cambio me gusta mirar el agua
atender al cuchicheo de insectos
mientras me rodeo de libros, amuletos
el mate y esmaltes de uñas
y espero inspiración después de vaciarme
de pensamientos
llega la tarde y observamos juntos
el rápido mutar del cielo
ya quiero volver a casa, ver a mi gata
regar mi patio
y vivir la noche en esa cueva tibia y naranja
que es nuestra casa
pero a él no le importa el frío cuando pesca
absorto en la corriente y en el movimiento
del agua en torno al señuelo
así convivimos, vos y tus peces que no quieren picar
yo y mis poemas que no quieren picar
(el poema también
es un pez luchador
que no muerde fácil, como el dorado
o el pejerrey, según me enseñaste)
Sol Narváez nació en la Ciudad de Buenos Aires en junio de 1985, pero vivió siempre en el oeste de la Provincia de Buenos Aires; actualmente en Castelar, partido de Morón. Es música, vientista (flautas y aerófonos andinos) en diversos proyectos de música popular, y en el grupo Un, dos, tres, cuá!, con el cual recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes (Beca a la Creación 2016). Además, se dedica a la docencia, como profesora de flauta traversa y de música.
Como poeta, participó en las Antologías de El Rayo Verde 2015, 2016 y 2017, y formó parte del taller de Osvaldo Bossi, entre idas y venidas, desde fines de 2013.
“unos días en el río uruguay” (Alción Editora, 2018) es su primer poemario publicado.