Frenesí del conejo universal - Materyn por Lewin

Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. (…) Espera recompensas que nunca llegarán, pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. (…) Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. (…) Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda. (...) Pero no debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira.

Don Juan Matus, citado por Carlos Castaneda en el libro "Las Enseñanzas de Don Juan"

 

Diego Materyn tiene miedo. Lo conozco, sé que anda con miedo. Diego Materyn, al escribir el libro "El frenesí del conejo universal", se ha metido en lugares profundos del alma humana. Se metió en la zona oscura, esa que la mayoría de las personas intentamos evitar, no nos gusta, buscamos escaparle. 

El frenesí del conejo universal es un libro en apariencia leve, con toques de fina ironía, donde se entremezclan las voces de alumnos de un colegio secundario. En apariencia leve, pero sutilmente estremecedor. Diego Materyn eso lo sabe, y por eso tiene miedo. Y cómo no tenerlo, si quien escribe lo hace, entre otras tantas cosas, para enfrentar a su miedo, intentar doblegarlo.

Diego Materyn tiene miedo. No es sólo el intrínseco miedo de quien se pone a escribir y pretende decir, sino que es mucho más fuerte su miedo. Sabe que tiene un “don”. Su delicioso dominio del lenguaje castellano, su manejo exquisito en el arte de la combinación de palabras, es algo que le es dado a muy pocas personas en este planeta tierra. Y por eso el miedo, es un “don” muy difícil de administrar. Si no se lo cuida, acaricia, el mismo “don” puede transformarse en una trampa y retroalimentar el miedo, la soledad, las ansiedades.

Diego Materyn es un hombre afortunado. Por suerte para él, tiene miedo, está vivo. Sabe que se metió con fuerzas poderosas, pero les está ganando. Le cuesta darse cuenta, y por eso anda pudoroso, no quiere mostrar mucho su libro. Sí, lo muestra un poco, lo presenta a un concurso, lo gana, lo publica en editorial reconocida. Pero el pudor no se le va porque sabe, vaya que sabe.

Diego Materyn sabe algo que muchos no sabemos. Tiene la capacidad de ver el gesto de una mano y saber de una vida. Ve una cara y sabe que fue de ese niño, que será de ese hombre. Observa la mirada de una muchacha, y tiene que bajar la vista, por no soportar lo mucho que está viendo.

Pero estás ganando el partido, Diego. Yo lo sé, y vos también lo sabés, aunque hoy no lo quieras ver.

Gracias a vos, aprendí algo de las vidas de Mateo Coseitún, de Ignacio Latour, de Agustina Leto Rosso, de María Saraintaris. Porque yo sé que bajo el nombre Martín Zarif hay un verdadero Martín Zarif, que a Cecilia Gitelman la crucé el otro día por el barrio, y que Alejandro Lemos es un ser de carne y hueso. 

Porque esto es literatura de la buena. Y yo sé que estos personajes no son "personajes", yo sé que existen. No sé si en este mundo, pero existen, vaya que existen. Y hablan, dicen. 

No sabemos si las voces están hablando ahora, en presente, si son palabras dichas en voz alta o pensamientos susurrados , o si se tratan de alegatos frente a un tribunal. No sabemos, por suerte no sabemos. El procedimiento, la forma, el modo en que está escrito el libro nos hace entrar, lo creemos, no entendemos, pero creemos. 

Cuando Ignacio Latour dice "mi peluquería tendrá sillas confortables como para desarmar al hombre más rudo. No importa si vive de rentas o de robar a los menesterosos. Una vez adentro, todo hombre es un cliente, toda alma, un caso a recortar"... cuando Ignacio Latour dice, yo le creo, me estremezco, recuerdo a todos los Ignacios Latour que he cruzado en mi vida .

O cuando Maria Sarantaris dice "es asombroso: yo simplemente existo y los varones se encienden", yo siento algo de pena por ella y me pregunto por la inequitativa redistribución de belleza entre los hombres y mujeres de este mundo, por las heridas en el alma que pueden generar los excesos. Porque el exceso de belleza, aun siendo belleza, no deja de ser un exceso.

¿Y sí Violeta Leiva Paz se tatúa la frase "¡que cielo sin salida, amor, que cielo!"? ¿Qué podemos hacer nosotros, los lectores, frente a una frase como esta?

Ana Clara Vuotto, Mariano Azpiri, Lucía Amerisso, seres que han sido nombrados, que cargan con un nombre como quien carga con un destino. Nadie puede llamarse Mariano Azpiri sin ser Mariano Azpiri, ni Lucía Amerisso sin ser Lucía Amerisso. Porque ellos, las voces de este libro magistral, ya no tienen escapatoria. Al igual que nosotros los lectores, somos todos habitantes del mismo cielo sin salida.

Y eso Diego Materyn lo sabe. Y se siente arrinconado, ya no tiene alternativa. Sabe, aunque se haga el distraído, que el único modo de ganarle a su miedo es este, transformarse en hombre de conocimiento y regalarnos este libro magistral al resto de los mortales. Entonces, a pesar suyo, toma fuerzas de quien sabe dónde, se presenta a un concurso, lo gana y publica "El frenesí del conejo universal" . Y va a seguir publicando libros, porque es hombre de conocimiento y ese es su camino.

"El frenesí… " es de esos libros que hay que leer para sacarnos la modorra, ayudarnos a despertar. Para poner en luz lo que está en sombra. Para que de una vez y para siempre, entendamos que hay algo que no está funcionando bien en nuestra sociedad humana. Para que pongamos manos a la obra. Para que dejemos de hacernos los boludos con instituciones que no funcionan, no educan. Para que nosotros, los que ya somos adultos, recordemos que alguna vez no lo fuimos, "adolescimos", también fuimos seres preparados para el ser y tuvimos que meter unas cuantas gambetas para no caer en la trampa.

"El frenesí del conejo universal" me recuerda una frase del gran Dante Panzeri,  periodista deportivo, quien escribió en la década del ´60 sobre los futbolistas de aquel entonces: " Algo funciona mal en este mundo, donde la profesión de entretener está mejor remunerada que la profesión de enseñar".

Algo funciona mal en este mundo, y "El frenesí del conejo universal" nos lo viene a recordar. Quien quiera leer, que lea. Quien quiera oír que oiga. 

 

Andrés Lewin