Maestro como pocos

Por Osvaldo Bossi, homenaje al poeta sanjuanino.

Leonidas Escudero, maestro como pocos

Ante todo, quiero dar las gracias a los organizadores por este homenaje al gran poeta sanjuanino Leonidas Escudero. A Javier Cófreces, en particular, por haber hecho tanto y tan bueno para la difusión de su obra y, de yapa, por haberme invitado esta noche para decir algo, algunas palabras, sobre su poesía. Como le dije a Javier la otra tarde, en un mail: no sé si estoy a la altura de las circunstancias, o si soy el más indicado, pero lo intentaré. Me dejaré llevar por el cariño y por la admiración que me despierta su poesía y su persona, aunque la palabra cariño sea poco. En fin, ustedes comprenderán.  

Hablo de su persona y es raro, ya que no conocí a Escudero personalmente.  Es una pena. Sé que hubiera aprendido mucho del oficio de la poesía, y de la vida, escuchándolo y compartiendo algún momento de su vida cotidiana. Pero no tuve esa suerte. Existe un documental hermoso, Oro nestas piedras, que me acerca esa intimidad de Escudero en su casa, en la provincia de San Juan, con su hermana Margarita, recitando de memoria uno de sus poemas; con sus viejos compañeros del bar “La gota de grasa”, los que están todavía, y los que no, o están en sombra, en ausencia;  y esa secreta colección de piedras que son, de alguna manera, el testimonio de una búsqueda y de un hallazgo: la de hacerse rico y la de volverse poeta. Como si dijéramos: el minero Escudero, buscando una cosa terminó encontrando otra, impensada, que tiene que ver sin embargo: la poesía que ha ido dejando en sus libros, y junto con ella, su destino como poeta.  

Pero, si no me equivoco, todo en Escudero es así: un pálpito y una encrucijada. Una necesidad de encontrar (el oro, la palabra absoluta) y la dificultad, o más dramáticamente, la imposibilidad de encontrarla alguna vez. Salvo en deseo,  aunque deseo sea una palabra demasiado moderna, y creo que en su obra no aparece ni una sola vez. No importa. El deseo, o como se llame, está, desplazándose, insistentemente, de las piedras a las palabras, de las palabras a las piedras, una y otra vez.

Pero volviendo al tema de conocerlo, y no conocerlo. Lezama Lima, cuando llegó Juan Ramón Jiménez de visita a La Habana, dijo que la cercanía de  un gran poeta era del orden numinoso, ya que nos aproxima al misterio. Conocerlo, estar cerca suyo, compartir una charla, escuchar su voz. Una experiencia de lo sagrado, quizá, que la poesía, y algunos poetas, nos acercan. Aunque no lo hayamos conocido personalmente. Pero, ¿no lo conocimos? No lo sé. A lo mejor hay muchas formas de conocer a un poeta, y la más perfecta de todas sea leyéndolo. Leer a un  poeta como Escudero donde vida y obra no pueden ser separadas, y donde el famoso (famoso en Buenos Aires, al menos) yo lírico y su compadre, el biográfico, van juntos, se nutren mutuamente,  hasta crear esa figura entrañable que es Escudero. Y al mismo tiempo, ocurre todo lo contrario. El poeta desaparece o, en todo caso, no es más que un puente entre una cosa y la otra, una suerte de ventrílocuo y un intermediario, entre un más acá y un más allá, que el a veces llama mundo exterior y mundo interior. Me gustaría leerles un poema suyo para amenizar esta charla, y para que vean que lo digo no falta a la verdad. El poema se llama POETAS y dice así:

 

 

POETAS   

La poesía viene y yo comedido
me ofrezco de puente para que llegue a otros.
Ella en el mundo de las analogías busca
relaciones ocultas y me las dicta.

Y es difícil ser fiel porque uno mete
palos de ciego, ocurrencias, vacío.
Ella aspira ha hermosura
de fondo y forma, quel poema dé
chispa y se hunda en tierra-tiempo donde
se pierda la firma del que transcribe.

Es que soñaste ser creador
pero la poesía te usa abusa
de tu ignorancia y te hace creer que sí,
quel poema es tuyo cuando sos
el muñeco del ventrílocuo Sol
Viento Camino Cielo Amor y Dolor.

 

 

Ser hablado por otro, por otros. Pero sobre todo por las palabras, por el paisaje.  Como si la belleza, y la verdad, no fueran de nadie y fueran de todos. Pero menos que nadie, de aquel que dice que los escribió. Todo Escudero es así, una revelación tras otra. Una manera de correrse del centro, de desmarcarse, para que la poesía suceda.

A lo mejor idealizo, a lo mejor no. De lo que sí estoy seguro es que Escudero, al escuchar estos elogios míos sobre su trabajo y sobre su persona, se reiría de buena gana. ¿Es de mí de quién está hablando?  preguntaría, haciéndose el sonso, y ahí nomás largaría ese pequeña risa de hombre cordial y tímido  que fue Escudero y que veo, como les dije antes, en ese documental hecho por Claudia Prado y que está lleno de esos detalles. Oro sobre oro. Si no lo vieron, veánlo, y después díganme si no tengo razón. También en sus poemas abunda,  bajo un mismo cono de luz, la sonsera y la sabiduría, es decir, la sabiduría del tonto, que es, como todos ustedes saben, la del poeta. Pero sobre todo, de este poeta en particular, cada vez más grande y más niño, más inocente. Son muchos los ejemplos. Cualquiera de sus libros es una caja de resonancia en ese sentido: el descubrimiento de algo, un pequeño atisbo de inmensidad, y después el cielo que vuelve a cerrarse, porque, nos dice, no estábamos preparados todavía. Como si se dijera a sí mismo: “¿te la creíste?” qué sonso”. Y así poder volver como si nada a las cosas de todos los días. Aun así, la poesía de Escudero, y su figura como poeta, son uno de los hechos más importantes que le ocurrió a la poesía de los últimos tiempos. Y sin embargo, él casi ni lo notó, o no hizo nada para que eso ocurriera.

Es cierto que tenemos grandes poetas faros, y alguno de ellos también un poco esquivos a las luces de la ciudad. Pienso en Arnaldo Calveyra, pienso en Bustriazzo Ortiz, en Amelia Biagioni, en Fracisco Madariaga (sólo por dar algunos nombres) Aunque no tengan mucho que ver sus escrituras. En todos ellos, la poesía como una actividad que salva y una necesidad. No una carrera literaria, con su camino de postas más o menos previsibles. Digo estos nombres, ahora, un poco apurado por las circunstancias, pero hay muchos, grandes poetas, grandes maestros, que ustedes seguramente recordarán. Leónidas Escudero entra, sin dudas,  en la franja dorada de esa tradición que brilla, a un costado del camino, con otra luz. Entra y va más allá, como dice Javier Cófreces.

En lo personal, aunque hace ya algunos años que vengo leyéndolo, siento que todo el tiempo me quedo atrás y que estoy aprendiendo algo nuevo (y anterior) en cada lectura. Aprendo, por ejemplo, a no dejarme tentar por la literatura y a sentir que la poesía está, casi siempre, afuera, en los demás, en sus voces generalmente iletradas y acaso, por eso mismo, verdaderas.  Alguien que, de manera indirecta, me señala algún rumbo, aunque él, me diga, no lo tenga muy claro tampoco  o esté tan perdido como yo.

Y miren si será un gran maestro Escudero para mí, que cada tanto vuelvo a leerlo en mis talleres de poesía. Vuelvo a compartir, con los jóvenes poetas, toda la belleza y toda la sabiduría de sus palabras. Todo ese humor sencillo e incandescente. Y nunca falla: esos niños y niñas quedan encandilados, como si hubieran descubierto algo (para sus vidas, para su escritura) que todavía no pueden mensurar, pero que entienden profundamente.

Bienaventurado el que tuvo maestro, dice el Libro, bienaventurado el que conoció a un poeta, pues vio de cerca la sabiduría de las palabras, del gesto y del silencio. Yo creo que todo eso lo sentimos cuando leemos cualquiera de sus libros. Ese misterio, esa sabiduría. Y esta noche, humildemente, más que un análisis pormenorizado de su obra, he querido compartir con ustedes el entusiasmo que me despierta su poesía. La sensación que tengo de ser un privilegiado, un bienaventurado, como dice Lezama Lima, por haber conocido a un poeta como él --en el caso de que sea cierto eso de que leer es conocer. Yo creo que sí. Que leer a Escudero es encontrar a un Maestro sencillo y entrañable como pocos.

                                                                                                           Osvaldo Bossi

                                                                                                              Mayo de 2016

 

Selección de poemas

 

Bar La Gota de Grasa

Sí, La Gota de Grasa era el nombre
que le puso algún vago a ese bar
donde íbamos todas las noches
a tomar un viniti y ¡ya está!

Ahí también jugábamos al truco,
era lindo cantar una flor
y de vuelta ante el cielo nocturno
qué importaba la desolación.

Eso fue en San Juan hace rato
en encuentro de amigos y así,
así el tiempo pasaba volando
y nosotros póngale vivir.

Hasta que, sí, una noche la puerta
hallamos clausurada y adiós,
como si fuéramos hojas secas
un viento zonda nos dispersó.



Contestación

Aquí estoy contestando tu carta, muchacho,
donde me dices que lea tus poemas y opine.
Y sí, veo que andás buscando
ver si decís la palabra única, esa
que a veces te aparece ´stá ahí nomás
y cuando vas a agarrarla se te ´scapa.

Leeré tus versos con fatiga
porque estoy en edá de descansar
y no voy a decirte mi parecer más
que si joven, siga, siga
porque no quiero engañarte y vos creeer
que mi experiencia vale.

Yo también busco la palabra única
y ando a los tropezones por agarrarla,
así que andamos en la misma búsqueda
y el que cree que sabe no sabe
más que saber va a a a a…
quién sabe dónde.



Ante la inmensidad

Fue alguna de esas noches en que miraba cielo
en lejanías sobre campo oscuro y vi
cruzárseme un relámpago lejano. Fue tal
como ver chispear una idea
en el umbral de otro mundo.

Es como si en el fondo del desierto hubiera
querido hacerse luz una verdad pero
pasó fugaz y quedé a oscuras.

Parece que la inmensidad
quiere decirme un secreto y al ver
que todavía falta mucho en mí
queda muda.


Jorge Leonidas Escudero, Atisbos, Ediciones en Danza, 2012.