Una extraña dama

Por Elena Annibali. Ilustración Diana Benzecry.

Decir que conozco a Javier Roldán es un exceso. Porque siempre será un exceso decir que se conoce a alguien a través de su escritura. Aún si revisitamos a un autor día tras día con el ánimo de recrear ¿qué? ¿La afantasmada trama que lo condujo a escribir esos versos y no otros? ¿El ánimo y el impulso que le provienen de los padres literarios, el oscuro revés de la sangre que lo determina y lo arrebata? Hay algo más insensato que pretender conocer todo eso: pretender conocer al hombre detrás de la escritura. Y admirarlo, elogiarlo, o llegar a pensar que lo que alguien dice o escribe es algo así como una conciliación, un acercamiento o un don para uno, que es un extraño. Por eso está bien que yo no sepa quién es Javier Roldán, que sea, para mí, una abstracción quedándose en abstracción. Porque entonces, pienso que el acercamiento –mi pobre y humilde y eventual acercamiento- a estas treinta y cuatro páginas de versos será en definitiva lo que es: un hecho un poco más puro y por ello, entonces, algo que tendrá menos que ver con ese monigote –pensaba llamarlo monstruo- que es el dizque campo literario, al que tanto guiño y bajada de bombacha se le ofrenda.

Entonces, los hechos. El cine tiene la imagen y la imagen es un todo. Es perfectamente rica, para aquel que sabe tratarla, pero también, muchas veces, es perfectamente clausurada, cerrada en sí y para sí, aunque ofrecida. Ofrecida a la interpretación pero no hermenéuticamente inagotable. El cine clásico no, más bien el cine que ha devenido clásico tiene sus momentos, y cuanto más popular y más sometido a crítica y más extendida está la imagen en la conciencia del que ve y lee el cine, más cerrada se vuelve, menos permeable a las nuevas lecturas, más cristalizado y no-discente. La poesía tiene la palabra, y la palabra se organiza en la sucesividad, no en lo simultáneo, y nos exige el esfuerzo de organizar el todo a través de esa sucesión. Captar la imagen, o la idea, o lo insondable que es lo mejor que han dado los poetas, porque ¿no será allí, en esa certidumbre de infinito, de la cosa presentida pero nunca perfectamente dicha pero sí sugerida donde descansan las mejores poesías? Entonces la poesía tiene ese derecho: el de ser de una forma más perfecta en el inacabamiento.

Pero, ¿qué pasa cuando la poesía va hacia el cine y quiere? No sólo decirlo, sucesivizarlo, sino ofrecer, además, circunstancias y posiciones nuevas de la imagen que para nosotros ya era algo dado? ¿Qué pasa si el orden de las imágenes consabidas se desquicia y se perpetra, además, en todo ese desorden el delito –el juego- de querer pertenecer a la trama y dialogar, y dialogarse a través de todo ello? Entonces todo deviene excusa. Porque hay o -podría decir de una manera un poco menos incorrecta- debe haber un yo poético que necesita encubrirse, enmascararse, devenir otro/s para poder decirse a sí mismo. No sólo hay una excusa para el encubrimiento, hay –creo yo- una posibilidad de perder al lector en el juego que se acepta para poder desviar la atención de ese yo que, repeliéndose, acaba por ponerse en el centro de la escena. Y hay un aprovecharse de los recursos, no como una forma de la rapiña sino como una forma del afantasmamiento. El gran simulacro en que todo es ajeno, en que todo es conocido, y cuyas posibles lecturas ya están previstas y en apariencia, apenas desfiguradas por ese rapto lúdico.

Veamos una película. Veámosla otra vez. Y otra. Hasta que ya no tenga sentido lo que estamos viendo. O hasta que el sentido sea tan definitivo que creamos que allí no hay nada para hacer, para ajustar, para mechar, para decir. Leamos, entonces, a Javier Roldán, y permitamos que esas galerías clásicas comiencen a desarmarse, a desmentirse. Hay un poeta: yo no lo conozco, y las camina, y dice cosas en medio de esas galerías, y de pronto algo empieza a desdibujarse y retorcerse sobre sí mismo. Esa es su fantasía y su virtud: recrearse a sí mismo, hacer su oficio allí donde parecía no haber más nada, donde parecía definirse el blanco pabellón de los llamados a silencio, a inmortalidad.

Hay -dicen que hay- en cada obra de arte una maquinaria. Está en nosotros aprender el funcionamiento, aunque en eso resida la tragedia y el acabamiento de la obra. Javier Roldán parece decir a cada verso: Yo no estoy. Pero cuidado.

 


 

 De El viento prometido (Alto pogo, 2015)



Con un resplandor más intenso que la luz del día


                                  “-¿Es preciso que… que atravesemos el fuego?- balbuceó Scarlett.
                                                                              -Si nos damos prisa, no- repuso Rhett.”
                                                                       Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell.


Yo tengo que conseguir un caballo
no importa de qué tipo
ni su estado.
Y con él ir a buscarte
rescatarte
de la llegada del ejército yanqui.
Vos estarás aturdida, asustada, casi idiota
y yo seré todo arrojo, seguridad, feroz coraje.
Nada me detendrá
y haré frente a todos los peligros
especialmente al mayor de todos ellos
tus deseos
tus caprichos.

Me contarás tu plan delirante para la huida
una ruta imposible y directa al fracaso
yo me opondré un poco al comienzo
pero luego cederé
siempre cedo
con vos no puedo hacer otra cosa,
te diré que sí
que juntes todo
que te prepares para emprender el viaje
y saldré a la puerta
me subiré al pescante del carro
a esperarte junto al caballo viejo.

Saldrás de tu casa
más bella que nunca
tus ojos verdes
tu piel blanca de magnolia
tu boca roja como la tierra de Tara
y lámpara en mano
intentarás cerrar la puerta
y yo me reiré
me reiré de vos y tus gestos vanos,
de nuestra inocencia,
de los inútiles esfuerzos
por protegernos
de la invasión inevitable.

Ya con el carro andando
mirarás la calle detrás nuestro
mirarás la casa que estamos abandonando
la lámpara que quedará apoyada
en el pilarcito de entrada
y su tenue luz hará que te preguntes
por nosotros

pensarás en el círculo luminoso
casi perfecto que proyecta a su alrededor la lámpara
y en cómo ese resplandor nos rodea
alejando a la noche calurosa y a sus peligros
pero atrayendo a los insectos
que al comienzo son una molestia menor
y pasado un tiempo
se transforman en una plaga insoportable
y aunque la luz de la lámpara sigue siendo pura
la queremos apagarla    que ya no nos descubra.

Los sacudones del camino
te sacarán de esos pensamientos
y llegará la parte más peligrosa
lo más difícil de nuestro viaje.

Te diré:
“Scarlett, debemos atravesar el fuego,
si queremos continuar
debemos arriesgarnos”.

Y vos me mirarás con esa inocencia
ese aleteo de pestañas,
que compré una y otra vez
a lo largo de todos estos años,
me mirarás y me dirás:
“Tengo miedo, Rhett”

“No temas Scarlett, con estos fuertes brazos
en torno tuyo
no puede ocurrirte mal alguno

… porque si al meternos en las llamas ardemos
si el rojo el naranja el amarillo un poco de azul
quizá
comienzan a tocarnos a consumirnos a cambiarnos
todo habrá sido por algo
las discusiones
las palabras pronunciadas miles de veces
ese gesto de pararte sobre mis pies cada vez
que estamos abrazados
como si fueras una niña que precisa seguir otros pasos
tu voz que aún escucho
tu imagen que me visita en sueños
todo será purificado por las llamas
las llamas nos reducirán
al estado que anhelamos
a ser más simples
a ser vos y yo a ser uno…”

“¿Pero si ocurre lo contrario, Rhett?

¿Si al salir de este callejón ardiente
resulta que vos estás más terco que nunca
y yo y mis dudas te llevamos al paroxismo del hartazgo
y ya no soportás mi desorden
las inconstancias
la pose infantil que comienza a ser un poco patética?
¿Y si las llamas deciden dejar de lado el lugar común
de la purificación
y nos ensucian?
Cada uno de nuestros recuerdos chamuscados
manchados con hollín
negros en los bordes
despidiendo ese olor agrio dulce
de las cosas muertas quemándose.
¿Qué pasa Rhett si al salir de este fuego
vos no sos el mismo
y en un rapto de locura
decidís abandonar el viaje
dejarme en el camino
librada a mi propia suerte
con el argumento de que soy
la persona más egoísta del mundo
que no necesito a nadie que me proteja
que ¡ay del yanqui que se tope conmigo!?”

“Si eso pasa, amada Scarlett
habrá llegado el momento en esta película
en que aparezca un increíble atardecer technicolor
como esos atardeceres que nunca tendremos
pero que buscaremos toda una vida

si eso pasa, Scarlett
con certero movimiento
tomándote del fino talle
te bajaré del carro
el polvo y los pedruscos llenarán tus zapatillas
lastimando tus pies
la oscuridad nos envolverá
y yo te tomaré entre mis brazos y te diré

que te amo

te diré que el amor es como este cielo
que se nos da y nos ampara
cielo falso de colores
maravilloso

te besaré
y mis labios morderán
recorrerán tu cuello
bajarán a tu escote
y vos corresponderás a mis besos
mi bigote acariciando tu piel blanca
mi boca teniendo el permiso
que nunca otra tuvo
ni tendrá

hasta que el guión te marque
el cambio repentino de humor
y te separes de mí
y me insultes
y la cachetada ponga justo final a la escena.
Yo,
hombre al fin
me reiré y te diré alguna frase irónica
agarraré mis cosas
me pondré el sombrero
y sin mirar atrás
me iré por el camino polvoriento
que primero subirá en una pequeña lomita de tergopol
y luego bajará hacia el rojo
de nuestro ocaso.

Y vos
me maldecirás
aborrecerás mi nombre
el haberme conocido
y apoyando tu frente
en el sudoroso viejo caballo
llorarás por todo lo injusto
que tiene la vida
y nos marca el destino”