Alicia Genovese, o la búsqueda de una forma

Nadie sabe qué hay después de una puerta. En el barrio de Belgrano, a las cuatro de la tarde, no me imaginaba el pasillo angosto, el sol sobre la pared de ladrillo, con su enredadera y después, el gato de la casa, blanco como los muebles, la biblioteca y el pequeño jardín, el espacio íntimo en el que Alicia Genovese iba a recibirnos

¿Cuántas figuras convoca el agua en movimiento? Sin detenerse, ¿cuántas escenas sugiere su metonimia? creo que Alicia construyó su pequeño aleph, que tomo aire y valor y se zambulló, para nadar, nadar, nadar en aguas abiertas, ella también como María Inés Mato o Diana Nyad, como dice en la entrevista, “en la búsqueda de una forma”. 

A días de la presentación de su último libro, el poemario Aguas (Ediciones del Dock), bienvenidos: pónganse sus antiparras, y suerte con el splash.  

Alguna vez dijiste que llegabas a un libro después de una acumulación, un despliegue de textos que no necesariamente estaban vinculados, hasta que aparecía una idea conectora que generaba un diálogo, y en ese diálogo aparecía el libro. Quería saber si con Aguas había sido también así o de otra forma, ¿cómo surgió el libro?

En este caso también fue totalmente así. Hay un primer momento, dónde sólo escribo poemas y, dentro de esos poemas, hay alguno o algunos que me marcan una línea. Trato de seguir esa línea, ese impulso que, como una onda expansiva, se va desplegando. Así empieza a dibujarse el libro. Con Aguas fue fácil, la conexión viene de lejos, es una recurrencia, aunque ahora está en primer plano, mirada de frente.  

Aguas empezó cuando encontré los poemas de las nadadoras de aguas abiertas. Me fasciné con ese mundo, con la figura de María Inés Mato. Leí muchos reportajes sobre ella, y empezaron a salir algunas anotaciones, pero no me gustaban. Seguí leyendo, salieron otros poemas, todo iba para el mismo lado, aunque en ese punto todavía no lo vislumbraba tan bien. Te diría que cuando tuve el que ahora es el primer poema del libro, ahí tuve la visión del libro.

¿Y cómo diste con la historia de Diana Nyad? También es muy significativa

Un día apareció su figura. Leí una noticia: ella nadaba, de Cuba a Florida, en una zona que conozco. Me impactó su historia, el hecho de que miles de veces haya tenido que abandonar. Apareció el poema. Yo ya pensaba en función de un libro, tenía la mayoría de los poemas hechos. De hecho, su poema fue una especie de agregado, de los últimos de la serie. Y quizás el último poema del libro no fue el último que escribí.


Es decir que hay un trabajo de edición, de armado del libro

Sí, un trabajo de enlace, de tejido de los poemas. En este caso, estaban todos muy relacionados. En algún momento, pensé que estaba en presencia de otro Puentes, que es un largo poema, con determinados enlaces. Pero en este caso, los climas cambiaban mucho. Me dije, acá tengo que inventar otro armado. Uno siempre quiere apoyarse en lo anterior, y no es así; cada libro, incluso cada poema, plantea un desafío diferente. En esa búsqueda de engarces, buscando generar una fluidez entre los poemas, me surgió la idea de ir colocando los poemas breves. Pensé en darle un aliento al libro, a través de esos poemas, para que no sea tan brusco cada pasaje. Se dio una especie de reencuentro con mi primer libro de poemas, que también trabajaba con aforismos, muy breves. Después, fui peleando en contra de eso, lo sentía como una cárcel, quería abrir el discurso, no apretarlo en dos líneas. Y acá, aparecía una misma idea, vista desde distintos lugares, desplegada de esa forma, y podía colocar esos poemas breves para darle ese ritmo al libro. Pero insisto, con este libro, me acordé mucho de Puentes, porque me planteó la búsqueda de una forma, sin espejos en ningún lado, y me preguntaba ¿cómo resuelvo esto? No puede ser que se me vaya de las manos… pero bueno, digamos que de ahí, volví nadando.
 

Justamente hay una vinculación muy fuerte entre nadar y escribir, nadar y leer, a lo largo de todo el libro. Incluso, en tu libro anterior, los ensayos de Leer poesía: lo leve, lo grave, lo opaco, también aparecen metáforas que vuelven sobre el campo semántico del agua, pienso especialmente en Surfear en el oleaje del verso libre, lo que me lleva a preguntarte cómo ves la relación entre tu obra teórica y tu obra poética.

Sí, la relación es evidente. Incluso, ese ensayo fue escrito en simultáneo con este libro. Creo que los ensayos que escribo alimentan mi poesía, pero aún más mi poesía los ensayos. Hay una interacción marcada. Y no hubiese usado la metáfora del surfeo sino hubiese estado tan empapada de esta escritura poética. Creo que funciona de este modo: Hay algo que es el pensar, el sentir, que une a las dos cosas, y después, el discurso se abre en direcciones diversas. Diferentes, para mí, porque el ensayo no es una prosa poética: me plantea una bibliografía, un objetivo, una serie de exigencias. La poesía es otra cosa, un diálogo íntimo conmigo misma, en donde descubro cosas a las que no accedo con el ensayo. 

Es como si la poesía exigiese algo más que la técnica, como si con eso sólo no alcanzase

Con la técnica no alcanza ni ahí, llegas al umbral de la poesía. La técnica es una mentira, hay gente con técnica que uno lee, y no pasa nada.

Cuando leía Aguas, pensaba en un pequeño Aleph, de dónde van a apareciendo distintas escenas; en el libro, las aguas convocan la intimidad de alguien en su ducha, también la microépica de un nadador de aguas abiertas, la maternidad, la dictadura; aparecen distintas escenas a partir del soporte de la gran metáfora de las aguas. Quería preguntarte por alguna de estas escenas, la figura de las aguasvivas por ejemplo.

Es una pesadilla real. Fue un sueño sencillo, o al menos lo recuerdo así. Fue al día siguiente de uno de los juicios. Estaban Videla y Menéndez, esas eran las caras. Dos personajes temibles.

Viviste esa época, y además, tuviste un compromiso político

Sí, viví la represión, y el miedo, el hecho de tener que mudarme, de tener que esconder libros, afiches, ciertos materiales. Cosas que hacían que uno viviese alerta. Este era el miedo cotidiano, incorporado, sumergido. De todos modos, hubo gente mucho más comprometida que yo. 

Cuando fueron los juicios de estos cabecillas, que parecía que nunca iban a estar presos, vi en la televisión esas caras. Las cámaras los enfocaban, podía verse el deseo de no hacer gestos. Y tuve el sueño de las aguasvivas. Mis viejos vivieron mucho tiempo en Necochea, las aguasvivas eran una constante en ese paisaje. Después me di cuenta: asocié las cabezas de los represores, sus canas, con los filamentos de las medusas. No estaban sus caras, pero sí todo el terror que me producían.

Después apareció el otro poema, mi amiga Ana, en una época vivíamos juntas. Su mamá, Ana Bianco, había desaparecido, ella había sido una de las fundadoras de Madres. Estuvo entre las cinco que empezaron a dar vueltas por la Plaza, hasta que la secuestró Astiz. Después de muchos años, veo en el diario que habían aparecido sus restos, y había una convocatoria para ir a la Iglesia de Santa Cruz. Fui, y volví a encontrarme con Ana. Son episodios muy tristes, pero muy liberadores. Nuestra juventud fue eso, ella no hablaba del tema.

¿Y la escritura qué función cumple en esa liberación?

Siempre fue algo acerca de lo que quise escribir, pero me salían cosas horribles, como notas políticas, editoriales. Ahí la poesía se tapa, muere en ese discurso. Me había resignado a no poder escribir sobre esto y de pronto, Aguas me lo abrió. Empecé a pensar en el episodio de las aguas, trayendo los restos, que llegaban a la playa, algo que por desgracia sabemos de memoria, que no es nada nuevo. Recién ahí pude hacer algo, cuando pensé en la ausencia de la madre. Será porque mi madre está muy viejita ya. Ahí apareció el poema, siempre desde un punto muy íntimo. Es como si apoyara, se agarrase sobre algo íntimo para poder salir. Sino, es solamente un hecho de la realidad, ajeno al espacio sagrado del poema.

También hablás de la maternidad, en otro poema

Sí, es raro, porque mi hija ya es grande. Uno de los momentos más importantes en la vida de las mujeres que tuvimos hijos es el parto, un momento que no puede borrarse con nada. Estás en un límite muy importante, son situaciones riesgosas. Recién cuando trabajaba en el libro, recordé que yo había roto aguas, es decir, había roto bolsa, y ahí empezó la primera imagen. Pero es cierto, una se hace madre por el primer gesto de su hijo. En mi caso, fueron los ojos de mi hija, que estaban muy abiertos, fue sorprendente, había visto fotos de bebés, pero no tenían los ojos de esa forma. Además, había una persona mirándome.


Hay otro tópico que también aparece, que me parece muy importante para vos y para tu obra, que es el Delta, el Tigre, que vuelve a aparecer en este libro, ¿qué significa para vos ir al Tigre?

Hace unos doce años que tengo una casita sencilla en el Tigre. Ya desde antes iba. En EEUU, vivía en una zona de muchas aguas, un lugar equidistante del Atlántico y del Mar Caribe, una zona con manantiales y ríos, en contacto estrecho con la naturaleza. Al volver, al poco tiempo, empecé a ir al Delta, recuperando esos años que me habían hecho, de alguna forma, habitante de las aguas. Con los años, aquel paisaje de mar, que fue el primero, se convirtió en un espacio de ríos. Es un espacio fantástico, para mí es como estar en el silencio de la escritura, para entrar en esa soledad y en esa introspección. No esa soledad melanco, de ciudad, sino una soledad con realmente poca gente alrededor, y siempre rodeada de naturaleza, que es un poco más amable y acompaña mucho. También necesito de lo contrario, calor humano, amigos, cosas que tengo acá, en la ciudad, pero ese es un espacio muy importante. Ya estaba en Química diurna, y otra vez, vuelve a estar presente.
 

Entonces, está el paisaje de Florida, dónde viviste en EEUU, pero más atrás, el mar de Necochea de tu infancia. Aunque una parte de tu infancia, antes, transcurrió en el conurbano, sin bibliotecas, parte de la clase trabajadora, ¿ves alguna relación entre ese espacio de introspección y de escritura en el Delta, con tu primera infancia, en el Conurbano?

Es una historia que cuento un poco en el libro de Mágicas Naranjas. Creo que ahí está la clave. El conurbano en el que viví es Lavallol. Era, sigue siendo un poco, un barrio de casitas bajas, con pequeños jardines, de la época de Perón, muy parecidas todas, chalecitos. No es el conurbano industrial, sino más abierto. Es la frontera con el campo, un paisaje aireado, trabajoso, las madres estaban mucho en las casas, manteniendo todo eso. Y todas las casas tenían un jardín. Ese era mi lugar, además de la calle de tierra, con baldíos. En ese jardín tengo mi primer lugar de escritura. Le agradezco a Hilda, la editora de Mágicas, que me hizo pensar en esto. Ahora, creo que sigo escribiendo desde ahí.