Eloísa Oliva. Ningún lugar donde volver, excepto el relato

Eloísa Oliva nació en 1978. Estudió comunicación social y cine. Publicó los libros Humus (La Creciente, 2005), 1027 (Nudista, 2010), El tiempo en Ontario (Nudista, 2012) y Extractos del diario de Ana B un mes antes de cumplir treinta años y (La Sofía Cartonera, 2013). 

¿Cómo se fue armando El tiempo en Ontario? ¿De que forma trabajaste con esos poemas?

A principios de 2008 conseguí trabajo en la sucursal local de una oficina norteamericana. Mi trabajo consistía en auditar llamadas de call centers de Canadá y Filipinas. Me parecía que esas voces que escuchaba tenían necesariamente una historia, había alguien ahí, hablando, pasaban cosas. Entonces empecé a rescatar los fragmentos de conversaciones que me parecían grietas donde se colaban los encuentros más personales. También decidí empezar a inventar historias para algunas de esas voces, a veces inventando todo a partir de imágenes asociadas a ee uu y canadá. Algo de investigación hubo también, por ejemplo entraba a las páginas de los municipios de las ciudades canadienses donde estaban los call centers y me fijaba cómo eran, qué clima hacía, etc. Fue realmente muy divertido imaginar todo eso, reconstruir paisajes, personas, a partir de voces , nombres y pedazos de historias  sueltas en conversaciones de compra y venta.

Tu infancia y adolescencia fue en Neuquén, finales de los setenta, principios de los ochentas, ¿Cómo recordás hoy ese paisaje?

Parte de mi infancia y adolescencia fueron en Neuquén, pero también el litoral y la pampa son paisajes que guardo desde esa época. De hecho uno de los pocos lugares más o menos fijos en mi vida fue Bell Ville, pueblo de la pampa agrícola cordobesa donde se inventó la pelota de fútbol sin válvula. Bell Ville es el pueblo de mis abuelos, y entonces para mí fue el terreno de mis veranos. El paisaje neuquino, el valle artificial rodeado de álamos, la estepa y la montaña, me moldearon la retina, por así decirlo. Después busco repeticiones de ese paisaje en otras partes. Nací en el 78, y a Neuquén llegué con 8 años, en 1986, y me fui con 16, a fines de 1994. En el recuerdo ese paisaje está mezclado con muchas cosas. La vida familiar, la infancia, el frío, el viento, la amplitud, el humo de las cubiertas las mañanas de helada en el alto valle. El descubrimiento del humito que sale de la boca los días de frío caminando al colegio envuelta en campera de plumas y pulóveres. El sol de la siesta, las manzanas, los álamos.

¿Cómo describirías el panorama literario de Córdoba?

Mmm, no lo sé muy bien. Parece haber ráfagas prometedoras, y después ráfagas de nada. No sé si es Córdoba, pero a veces me parece que los escritores están sobrevalorados y gravitan (gravitamos habría que decir) por encima de lo que escriben. Eso me aburre terriblemente, el “procerismo” literario. Otra cosa sobrevalorada es la gestión, o la autogestión., parece que si sos capaz de organizar algo, eso alcanza para que creas que estás escribiendo. Nuevo aburrimiento. También hay solemnidad, eso sí es típicamente cordobés y excede el panorama literario, está en todas partes en esta ciudad.  Cuando todo eso se supera, hay diálogos posibles, hunor posible, curiosidad. Rescato eso. 

Si tuvieses que nombrar a tres poetas que te gustan, ¿quiénes serían? ¿por qué?

Me gustan más libros, o incluso poemas aislados que poetas. Podría decirte que Ministerio de Desarrollo Social de Martín Rodríguez me gustó mucho por su renovación del vínculo poesía política. La Gran Salina de Zelarrayán me parece un indispensable, por su ritmo, su imaginación.  José Watanabe, cada cosa que leí de el me gustó muchísimo, por la condensación en una imagen de toda una historia. También hay un poema de Clara Muschietti que me gusta especialmente, por su forma contemporánea de preguntarse cosas, de ensayar pensamientos. Y recomiendo leer 30.30, porque el presente o el futuro o lo que sea de la poesía en argentina parece que está vivo, en esa antología hay un montón de voces poderosas y nuevas que me alegraron el espíritu.

Pienso en los títulos de tus libros, y en poemas que dicen: "juntamos piedras de la vía / esas formas que la tierra / tardó miles de años / en tallar, y un día un hombre / voló con dinamita"; ¿Qué importancia creés que tiene el tiempo en tu obra?

Mi vida en general estuvo signada por cambios geográficos. Esos cambios hicieron que la dimensión espacial perdiera su capacidad de volver a corporeizar el pasado. Cuando no hay lugar donde volver, el recuerdo se tiene que materializar en otro soporte. Entonces la forma de buscar recuperarlo fue en el relato.

  

Dos poemas del libro "1027"


*

juntamos piedras de la vía
esas formas que la tierra
tardó miles de años
en tallar, y un día un hombre
voló con dinamita
y esparció
por el camino, una erupción del Fuji
o del Lanín
la insistencia del mar
en cada orilla, un desierto
que cabe en una mano


*

olor a verano y leña esa vez en el campo
el cielo: un charco oscuro en el que tu mano
anuda pedazos de asteroide
como el lápiz
en un dibujo sin línea
después, en el patio del departamento
estaba el mismo cielo
pero más pobre: ni siquiera divisábamos el arco
de tu querido cazador, Orión
dijiste entonces que es inútil
seguir en el esfuerzo
de unir cosas, si ante la luz
más débil
empiezan a desaparecer



Dos poemas del libro "El tiempo en Ontario"



Dooper

Tiene una voz nasal
y pronuncia el inglés con dureza.
Vive en Manila, o trabaja
en Manila.
Hace dieciséis semanas, desde un cubículo
disca números canadienses.
Nunca sabe con quién habla, pero sí cómo
tiene que hablar, lo mismo da
si está en Manila, en Córdoba
o en Winnipeg.
Dooper tiene veinte años
va en una moto roja hasta el trabajo
sobre la autopista que lleva
al centro de la ciudad, Dooper trata
cada mañana
de quebrar
la barrera del tiempo. Y no consigue
llegar a su línea de producción.
No sabe escuchar, dicen sus jefes,
no detecta
las necesidades del cliente.

Pero Dooper no contesta, él
tiene un secreto que lo tranquiliza.

Llueve en el centro de Manila
el agua aleja
las bocinas de los autos.




Maggie

Le gusta ir en ómnibus a la oficina
poner en un walkman
viejos casetes de su mamá: guitarras y
voces lentas, desesperados cantos
de amor y paz. Maggie
no entiende esa desesperación:
el mundo es una superficie, y no hay
mucho más
que preguntar. Sin embargo, parece
una niña otra vez
esta mañana de mayo
mientras escucha canciones
camino al trabajo, y recuerda la luz
de la primavera en el oceáno.