La cúpula de cristal - Amy Lowell por Daniela Camozzi

Estrellas como juguetes / Stars for toys

La traducción, en especial de poesía, es una aventura múltiple: uno de los modos de la lectura, la búsqueda, el diálogo y la escritura. Tensión y empatía entre la expresión poética de un yo en otra lengua y las posibilidades del habla y la escucha de quien traduce: una creación que irradia sobre otra, como dice la gran poeta uruguaya Circe Maia. Así leí a Amy Lowell, atenta a todas sus voces, las más expuestas y las más susurradas. Y así surgieron estas versiones: en el encuentro con esa polifonía, dejando que cada palabra “cayera en su lugar natural”, como ella misma propone como método en el prefacio de su bellísima compilación de poesía china.

En estos poemas —de sus dos primeros libros— hay una potencia, una maestría en la personificación de los objetos y en la fantasía de los textos rimados, una pasión-verdad en el dibujo preciso de las imágenes, en su ritmo, que me hechizaron por completo. Un hechizo que me llevó a emprender esta aventura, o mejor, ¡tantas aventuras! Buceé en el mar con hipocampos resplandecientes, corrí por jardines repletos de flores y casi alcanzo las frutas mágicas y gigantes que cuelgan en la casa del abuelo de Amy…

Trepé por una escalera hecha de ramas hasta el cielo más alto, para ir a otro mundo, más brillante; derramé regalos infinitos, amé con locura generosa, como Amy a Ada, la mujer de su vida; me transformé en pez dorado y fugaz, buscando alimento o refugio y, al llegar al final de mi-nuestro viaje, descansé a la sombra fresca de unos sauces que me esperaban en la otra orilla.

Sí, traducir es, para mí, diálogo profundo y escucha atenta: una empresa llena de desafíos, igual que esos jueguitos electrónicos en los que tenemos que superar un sinfín de pruebas. ¡Ah, pero entonces es juego también! Aventura y diversión que compartí con Amy, imaginándonos amigas, como en el poema “Pléyades”, donde fuimos dos nenas “con las estrellas como juguetes”. 

¿No es la poesía todo eso, y más? Expresión de la vida, belleza del habla, encuentro. Cristal multicolor, agua relampagueada de sol: con esa luz vital y poderosa brillan los versos de Amy. Que este libro sea, también para ustedes, juego aventurado y luminoso: invitación a “trepar cada vez más alto”, libres, sin miedo, en busca de los reflejos irisados de sus poemas. 

Daniela Camozzi
marzo de 2018

 

Del libro
A Dome of Many-Coloured Glass (1912)
Una cúpula de cristal multicolor

 

El cuenco verde 

 

Este cuenco verde es como un estanque

tapizado de musgo en un bosque de primavera,

las violetas silvestres ondulan al sol

que cada tanto les llega entre los árboles.

Un lugar tranquilo, quieto, con el sonido de las aves,

donde, aunque no pueda verse, se oye el canto sin fin,

el rumor del mar en su eterno movimiento.

Era invierno, Roger, cuando hiciste este cuenco,

pero fue al llegar la primavera que tu mano anhelante

dispuso algunas hojas verdes y tiernas en el borde,

un cáliz ideal para recibir a las tímidas 

y pequeñas flores del bosque. Aquí 

olvidarán su triste desarraigo, perdidas

en la dicha de que este círculo de hojas brillantes

sea su casa; una vez más soñarán que escuchan 

al viento rondar por las copas de los árboles

y que ven al sol sonreír entre las hojas.

 

 

 

Caracol, caracolito

 

Caracol, caracolito, cantame,

una canción que solo a mí me hable

de marineros, de barcos gigantes,

de loros y de plantas tropicales,

de islas del Caribe, tan escondidas,

que nadie nunca podrá descubrirlas,

de olas muy altas, corales y peces,

con mil hipocampos resplandecientes.

Contame, caracol, caracolito,

todas las cosas de tu mundo marino.

 

 

 

Del libro
Sword Blades and Poppy Seed (1914)
Espadas y amapolas 

 

El Taxi

 

Cuando me alejo de vos

el mundo ya no late, enmudece,

como un tambor sin tensar.

Grito tu nombre a las estrellas que salen,

aúllo en los extremos del viento.

Las calles surgen vertiginosas,

una tras otra,

te amurallan de mí;

las luces de la ciudad me pinchan los ojos

y ya no puedo ver tu cara.

¿Por qué te dejo sola

y me lastimo así contra los bordes filosos de la noche?

 

 

 

Pez dorado

 

En el agua arcillosa

y espesa, plata brillante al sol,

líquido y fresco a la sombra de los juncos,

dormía el dorado.

Nadie lo veía ahí

perdido entre la fronda de tallos.

De repente sacudió su cola,

y un fulgor verde y cobre

recorrió el agua.

 

De los juncos brotó

la luz verde oliva,

y el naranja irrumpió en el agua

relampagueada de sol.

Así cruzó el pez aquel estanque,

verde y cobre,

una oscuridad y un destello;

en la otra orilla los reflejos difusos de los sauces

lo esperaban.

 

 

 

 

Foto: Gustavo Gottfrried.

Amy Lowell nació en 1874 en Brookline, Massachussets, EE.UU.


Pertenecía a una familia acomodada; a diferencia de lo que hicieron con sus hermanos varones, sus padres no la enviaron a la universidad, y debió formarse por su cuenta. Claro que Amy no iba a quedarse atrás: con la gigantesca biblioteca de su casa natal, Sevenels, a su disposición, los viajes que realizó —de muy joven recorrió Estados Unidos y Europa— y con su fuerza, sensibilidad y talento, se abriría camino y hallaría la manera de desplegar su deseo contra todo condicionamiento.
La criticaban por su peso (llegaron a decirle “hipopoetisa”), baja estatura y forma de vestir; por su carácter enérgico y fumar habanos (¡imaginemos esas mismas críticas a un varón de su época!); pero Amy no era una típica mujer de su tiempo: fue —además de poeta— traductora, biógrafa, antóloga y teórica literaria. Sus lecturas y conferencias eran tan convocantes que la llevaban por todo EE.UU., tal como hoy salen de gira las bandas de rock.
En 1912, publica su primer libro, Una cúpula de cristal multicolor, en el que, si bien aún con apego a las formas métricas tradicionales, ya se prefiguran los tópicos y las búsquedas que profundizaría en el resto su obra.

Le seguirán varios volúmenes de poesía más, una enorme biografía de John Keats, innovadores ensayos (creó conceptos como los de “prosa polifónica” y “cadencia”), versiones del francés y del chino. Fue una promotora del valor de la palabra poética y referente del movimiento imaginista en Estados Unidos, luego de desplazar a Pound como su impulsor; entre 1915 y 1917, publicó tres antologías de autores de esta escuela, que financió de su propio bolsillo. En la introducción de la primera de ellas, enumeró los seis principios rectores de la poesía imaginista: reflejar el habla cotidiana, con la palabra exacta, sin adornos superfluos; crear ritmos nuevos: “en poesía, una cadencia nueva es una idea nueva”; darse absoluta libertad de temas; presentar una imagen concreta; evitar toda ambigüedad; buscar la concentración como elemento esencial de la poesía.


Ana Zamorano en su artículo Ecos sáficos en la poesía norteamericana: Amy Lowell y la feminización del movimiento imaginista, se ha tendido a minimizar su aporte fundamental para la consolidación del Imaginismo, la novedad de sus temáticas desde sus primeros trabajos y la constante búsqueda de nuevos modelos poéticos, como ya se aprecia en su segundo libro, Espadas y Amapolas, de 1914.

Según Zamorano, en este volumen aparece con claridad una novedad esencial de su poética: “la concepción del poeta como mujer, iniciando una búsqueda de ancestros que le proporcionen una genealogía femenina donde poder construir su propia voz poética”.
Y no solo surge en este libro su voz como una poeta mujer, sino como una mujer poeta cuyo sujeto amoroso es otra mujer. Muchos de sus poemas, como “El Taxi”, incluido en Espadas y Amapolas, tienen como destinataria a Ada Dwyer Rusell, su pareja desde 1912 y con quien vivió en Sevenels hasta su muerte, en 1925. Ada se encargó de la edición póstuma, en 1926, de What ́s O ́Clock, recopilación de su poesía que ese año ganó el Premio Pulitzer.
Lamentablemente, Ada cumplió el pedido de Amy, y quemó toda la correspondencia que intercambiaron durante su relación. Pero tenemos sus ¡650! poemas, el resto de su obra y los testimonios de su fascinante vida; la de una mujer que, como a ella le gustaba decir, tenía todo para triunfar en los negocios, pero que torció su destino y se hizo a sí misma una poeta.


Daniela Camozzi nació en 1969, en Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina.

Publicó los libros de poemas: La felicidad ajena (2008), Mones Cazón (2015) y El amor en Blade Runner (con ilustraciones de Bruno Rota). Y, como traductora: Canción de cuna y otros poemas, de Joseph Brodsky (2009, con Walter Cassara), Donde sea que vaya y otros poemas, de Muriel Rukeyser (2015) y Cuentos de H.P. Lovecraft (2017, con Isadora Paolucci).
Coordina talleres de poesía y otras actividades en el Centro de Integración Frida para mujeres cis y trans en situación de calle. Integra el colectivo artístico Espiral 6 y la organización social No Tan Distintas.
Como Amy Lowell, los dos libros que se llevaría a una isla desierta son Mujercitas de Louisa May Alcott y un buen diccionario. Como ella, cree que la poesía es una de las cosas más importantes para la vida, igual que el aire o el alimento.