piedra grande sin labrar - Verónica Yattah

 

 

Eran cuatro las patas

y me llevaban no diría trotando

sino rasando la tierra.

Y era una tierra más blanda que la cama.

Y era un cielo más blanco que estas paredes.

En el sueño no importaba quién era yo

en el sueño no había esta gravedad que nace

al comenzar el día.

Abro los ojos y giro a un lado

apoyo el hombro

con la mano sostengo el peso del cuerpo

porque dicen es mejor

no levantarse de golpe.

El flujo del día comienza y aquí voy

tratando de recordar que de noche

fui un corcel en la espesura.

 

 

 

 

 

Corté maleza

lavé ropa,

barrí todo menos

el cuadrado de veinte por veinte

donde vive la mariposa.

Me acerqué para mirarla mejor

como un chico en la orilla del mar

se agacha y hunde sus dedos

en arena mojada.

La mariposa es naranja y es negra

abre y cierra sus alas,

no vuela.

Contra mis pronósticos,

vive más de un día.

La ropa está seca.

La doblo y pienso

en los pliegues de lo nuestro.

Mejor guardar esta ropa

y que el tiempo pase.

Ahí sigue la mariposa

su mundo es apenas

un roce en la cerámica.

Abre las alas y no sé

si ese dibujo tiene o no tiene

la forma de una despedida

 

 

 

 

De brotes ramas

de ramas flores, de flores

néctar.

Blanco o negro todo o nada

empezamos a vernos

sin reparar en matices.

La redondez de tus dedos

sobre un cuchillo que no corta

roza el pan

un sábado a la mañana.

Naranja sobre blanco

las espigas de trigo bajo el sol

la molienda el molino

las manos de una mujer volviendo pan

la corona de harina.

Pan que ahora llevamos a nuestra boca.

Naranja sobre blanco

mermelada sobre miga tostada.

La redondez de tus dedos

rozando mi corazón.

 

 

 

 

Corazón: mar abierto y una roca.

Mar abierto: haber hecho de dos

un único latido.

Lo mejor fue besarte y agarrarte de la mano

por calles avenidas y tráfico.

Dos chicas de ciudad contándose cosas

más fuertes que el ruido de los autos.

Cosas que no se ven y duran tanto

como la arquitectura de las calles.

 

 

 

 

Piedra grande sin labrar

Peña, se llamaba así la calle

donde vivía el amigo de mi hermano.

La primera vez que hice el amor

vi mi ropa manchada.

Fue distinto el color de los autos

que pasaban mientras volvía a casa.

Fue distinto el color de mi mamá

que ponía la mesa como tantas otras noches

aunque esa fuera para mí

la primera noche de otra era.

El rostro de mi mamá acariciado

mucho antes de que esto pasara

(ella sola en su casa, mi hermano y yo)

por hombres recostados

en pequeñas camas

el humo del cigarrillo marcando en el aire

figuras sin forma.

Uno de esos hombres mi padre

el humo dibujando, en su caso sí,

un ciervo corriendo

perdiéndose en un bosque.

Entonces Peña el nombre de la calle

de la casa del chico

con el que estuve la primera vez.

Después hubo otras:

Aranguren, Tucumán, Aráoz

la calle de un barrio lejano

hasta que llego caminando

a una fiesta en el primer piso

departamento A

de un ambiente en Gurruchaga,

calle empedrada

de árboles viejos

que a las tormentas

les lleva minutos derribar.

Llegué como quien llega a un umbral

y pasando una línea se transforma.

Descorrí la bolsa de nylon

que ocultaba una botella de cerveza.

Y mi deseo de darle un beso

siendo ella como yo, una mujer.

Y mi deseo de escribir

sobre todo lo que pasaba alrededor:

el colchoncito apoyado en la pared

para silenciar la felicidad de la fiesta

el vecino tocando timbre

para quejarse no, para bailar

y mi mejor amigo acariciando los vinilos

jugando a ser el dj

que todavía no era.

Ana también quiso que la noche fuera larga

que todo recién empezando como estaba,

no terminara tan pronto.

De negro a nublado, el cielo

se nos fue metiendo en los ojos.

La suavidad que conocí esa noche

fue un hacha una pica un revólver

que palpé en mi bolsillo meses después

años después.

La suavidad fue mi antídoto cada vez que hizo falta

mi defensa incluso cuando ella me dejó.

Ahora cuando algo termina

me acuerdo de esa noche

lo que se tuvo una noche, si de verdad se tuvo

se tiene otra vez.

Fui alguien conduciendo un auto

en medio de una ruta

hasta cruzarse en mi camino, algo

que me hizo frenar el paso.

Ese algo fue el beso que le di a otra chica,

la noche en que mi cuerpo

fue por primera vez, además de mi cuerpo

mi casa.

 

 

Verónica Yattah nació el 1ero de febrero de 1987 en la Ciudad de Buenos Aires. Publicó Ella salta la espuma de las olas (2009: Del Dock), Allá es mañana (2013: Funesiana,  2015: Diezmil cosas, 2017: Sierpe), Los perros también se van (2014: Viajero Insomne, 2017: Sierpe) y próximamente saldrá Piedra grande sin labrar (Zindo & Gafuri). Es licenciada y profesora en Letras (UBA). Colaboró en los ciclos de lectura Alejandría y El Rayo Verde, coordinado por Osvaldo Bossi. Da talleres, realiza entrevistas y escribe reseñas. Es colaboradora en Proyecto Verso, archivo audiovisual de poesía argentina contemporánea, dirigido por Florencia Montesano y Daniel Lipara. Es profesora en el Taller de Poesía I de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA, cátedra Genovese. Poemas suyos integran diversas antologías.