Jaime Gil de Biedma, por Sara Gallardo

En la obra vastísima que Sara Gallardo escribió para los periódicos, las reseñas de libros son muy pocas, y, ciertamente, diferentes. Si tantas de las columnas, entrevistas, y macaneos varios (como ella misma los llamaba), maravillosos como son, parecen escritos por la necesidad de ganarse la vida del modo más grato y divertido posible; si casi todas están caracterizadas por ese humor, esa ligereza y esa libertad formal que la hicieron célebre; las reseñas de libros parecen obedecer exclusivamente a la emoción que le dejaron ciertas lecturas, y al deseo estrictamente personal de compartir con los lectores de una publicación masiva el conocimiento de un autor, casi siempre mucho menos conocido que ella misma. Es memorable la reseña de Tirinea, novela vanguardista del narrador boliviano Jesús Urzagasti, como también esta sobre el poeta barcelonés Jaime Gil de Biedma, aparecida en La Nación en 1979. En ella, Gallardo revela un conocimiento y una reflexión de la técnica que casi nunca ha dejado entrever en sus textos y declaraciones públicas; y, me atrevería a decir, el modo esencialmente poético en que concebía su propia escritura narrativa. De hecho, varios de los conceptos que señala en Biedma y Benn pueden aplicarse a libros tan variados como Los Galgos y El país del humo.

Leopoldo Brizuela

 

 

 

 

JAIME GIL DE BIEDMA

Por Sara Gallardo,

Para LA NACION, BARCELONA 1979

A los cincuenta (Barcelona 1979) Jaime Gil de Biedma tiene como opera omnia en español setenta y ocho poemas reunidas en un tomo[1]; también esribe en catalán. De lo mejor de su generación y de otras, ha logrado la conjunción perfecta del tono de coloquio en arquitecturas musicales. Si Gottfried Benn veía el taller del poeta como un laboratorio en que aproximaciones audaces desencadenaban el estallido deseado, Gil de Biedma busca estructurar las palabras de un modo llano, en cuya pátina una crudeza puede tomar el valor de gema, un nombre o una referencia familiares fingir una normalidad que es estilización secreta. “Gran parte del sentido de la poesía y gran parte del sentido de la conversación dependen del tono. El tono es la expresión de la actitud verbal. De modo que el coloquialismo en poesía no surge de las palabras que se usan sino de la actitud verbal que se tiene. Si ella no es justa, las palabras tampoco lo serán”, ha dicho. “Yo busco hacer una poesía en la que casi toda la fuerza venga de la modulación, de la actitud verbal de la voz, en el sentido de que cada pasaje del poema dé su tono propio y contraste con los tonos anteriores y con los siguientes.” En ese arte de pudor y de pasión se encuentra a veces la meditación sobre el sentido de la vida (un clásico de la mejor gravedad española, de Manrique a Cernuda, y se encuentran también la sorpresa y el dolor de envejecer, el cansancio del yo, la introspección que descubre otras facetas del pasado , las supersticiones generoso-culposas de los tiempos, en un idioma que ha incorporado todos los alimentos de una vida, desde catecismos infantiles hasta literaturas amadas. En la colección, que reúne todo los poemas de sus libros anteriores, “Según sentencia del tiempo” (1953), Moralidades  (1958) y Poemas póstumos, (1962), este últmo conjunto de veinte poemas alcanza la más alta temperatura. El alarde de un extraño soneto en primera página recuerda ese equilibrio de disloques y mesura que supieran cuajar los grandes plásticos modernistas en su ciudad._

[1] “Las razones del verbo”

[Sara Gallardo escoge para acompañar este artículo dos poemas: “Principe de Aquitania en su torre abolida” y “Conversación”].

 

PRINCIPE DE AQUITANIA EN SU TORRE ABOLIDA

Una clara conciencia de lo que ha perdido,
Es lo que le consuela. Se levanta
Cada mañana a fallecer, discurre por estancias
En donde sordamente duele el tiempo
Que se detuvo, la herida mal cerrada.
Dura en ningún lugar este otro mundo,
Y vuelve por la noche en la paradas
Del sueño fatigoso... Reino suyo
Dorado, cuántas veces
Por él pregunta en la mitad del día,
Con el temor de olvidar algo!
Las horas, largo viaje desabrido.
La historia es un instante preferido,
Un tesoro en imágenes, que él guarda
Para su necesaria consulta con la muerte.
Y el final de la historia es esta pausa.