Todas las horas que pasé

Por Patricio Foglia, prólogo a "Cuando la forma del día desvanece", de Mariana Suozzo

Una tarde cuando era chico, me senté en el ventanal de mi cuarto, en el piso doce del edificio en el que vivíamos. Estaba solo (o mamá se estaba bañando), así que me animé y corrí la cortina metálica de mi cuarto, después la de vidrio, tomé un impulso y me senté. Respiré hondo. Con las piernas afuera, pude ver desde lo alto la ciudad enorme, el gris del estacionamiento de enfrente, el verde del campito. En un momento, me pareció escuchar que mamá ya salía de la ducha y volví a meterme en el cuarto: cerré apurado un ventanal, después el otro. Fingí estar dormido. Jamás le conté esto a nadie.

Cuando leí este libro, detrás de su levedad aparente, detrás de su calidez, sentí que escondían algo. Ese misterio volvió a generar en mi cuerpo, otra vez, esa misma mezcla de miedo y placer que me atravesó de par en par, como un rayo o un fantasma, como cuando era un chico.

Como si escribiese sentada desde lo alto de un edificio, una parte del cuerpo adentro, la otra afuera, Mariana Suozzo mira con toda distancia cómo se disuelve en la tarde la ciudad. Puedo escuchar su canto tímido y terrible, como en este poema: todas las horas que pasé / contemplando la sucesiva nada / me fueron devueltas / y donde había pared / vi un espejo.

Un secreto y un misterio envuelven cada uno de estos versos. Mientras todas las cosas se desvanecen bajo la luz del sol, la voz de Mariana Suozzo me resulta tan encantadora como inquietante.

                                                                                                                                                                                           Patricio Foglia

                                                                                                                                                                                           

 

 

***

ESCUCHO QUE HABLAN DE LA REVOLUCIÓN
un manto de polvo se eleva con el dócil viento de la tarde
entro en pausa, pienso en todo aquello que no cambió
las voces de los vecinos se amplifican en el pasillo
los escucho irse con su conversación
vuelvo a hacer lo que hacía minutos antes de distraerme,
movimientos automáticos que repito con las plantas
cultivo las que prenden de gajo
y trasplanto con cuidado las que sobreviven
apretadas en la junta de los mosaicos.

***

TODAS LAS HORAS QUE PASÉ
contemplando la sucesiva nada
me fueron devueltas
y donde había pared
vi un espejo.

***

   RENUNCIO A LAS TAREAS DEL HOGAR
   abandono un plato sucio en la mesada
   una prenda en el piso del dormitorio
   el día es perfecto para despreocuparse
   lo que ayer derribamos hoy permanece ahí,
   el otoño llegó y es digno de verse.
   Las hojas se elevan en remolinos
   las hojas agonizan sobre el pasto
   las hojas se acumulan en la alcantarilla
   pretendo atraparlas pero las dejo ir
   para que puedan convertirse en otra cosa.

 

 

   Mariana Suozzo, Cuando la forma del día desvanece, Caleta Olivia Ediciones, 2016.