Marcelo Díaz. Un anillo de cenizas

También me parecería importante decirles que publicó el libro de poemas La sombrilla de Wittgenstein y un conjunto de relatos que se llamó Los límites de Tlön (Ambos premiados en el concurso provincial de Editorial Cartografías) en 2011, cuando también publicó el libro de poemas Newton y yo con Editorial Nudista.

Marcelo ha colaborado con reseñas y textos críticos para No retornable, La guacha y El lince miope. Es profesor y licenciado en Letras.

También podría decirlo de otra forma. Podría contarles, por ejemplo, la primera vez que charlé con él. Yo trabajaba en el CC La Ratonera, y organizaba un ciclo de lecturas. Sabía que Marcelo estaba en Capital, y lo invité: Su libro, Newton y yo, me había gustado. Cuando llegué al centro cultural, encontré a Marcelo en el balcón, fumando.


-Vivis en Cordoba, alejado de las grandes ciudades, ¿cómo es ese paisaje?

-Sí, vivo en Río IV: el interior del interior. Una localidad que por una cuestión geo-política no ha cambiado en nada desde La excursión de los Indios Ranqueles de Mansilla hasta el presente. La ciudad de Filloy (pienso en Vil & Vil) y de Aramburu, por ejemplo. Hace un tiempo Selva Almada dijo algo así como que el interior era violento y no sé muy bien cómo será en otras ciudades pero Río IV es así: es una geografía extraña, parece que la realidad, el movimiento, la respiración de la city, está congelada y de golpe, de un instante a otro, te encontrás con casos y situaciones que trascienden mediáticamente en el país. Es eso: una ciudad de frontera. Cerca de las sierras bajas. Al límite con el sur: en los bordes del ostracismo. Vivir implica posicionarse frente a este binomio entre centro y periferia y pensar seguido en esa tensión: escribir desde ahí. 


-¿Dónde empieza tu interés por la Ciencia Ficción?

-Mi interés por la s.f comienza por la lectura de revistas como Muy interesante y Conozca más. Eso en la época del primario. Una vez, ya en vacaciones antes de entrar a primer año de mi escuela media, fuimos con mi papá y mi mamá al Valle de la Luna: en ese momento no era lo que es ahora. Mucho más desértico el paisaje. Recuerdo que había turistas alemanes y coreanos. Recuerdo que le pedimos al guardaparque acampar porque no teníamos dónde ir y llegamos tarde: justo cuando cerraba. Después, hace poco, mi madre contaba que esa noche yo me recosté en la cúpula de la Chevrolet de papá y miraba las estrellas: estuve así hasta que amaneció. Ese verano leí una colección de relatos de s.f que salían en una de esas revistas que cité: una antología de Isaac Asimov. Cuando empecé el secundario tenía un compañero de banco que era fanático del género y había tenido un año sin ir a la escuela primaria porque era muy hipocondríaco, en ese año, 1994, se leyó todo lo que tenía a mano. Nosotros cambiábamos textos. Con el tiempo, en mi escuela, el género era un tema no menor, se trataba de un secundario con orientación tecnológica entonces leíamos El péndulo, Orwell, Huxley, Enders y reflexionábamos en áreas como Filosofía o Formación cultural sobre cómo narrar y pensar los alcances de la ciencia y la técnica: los textos literarios, eran, y eso lo aprendí en el secundario: una suerte de metáfora epistémica, como quería Eco. En la Universidad estudié letras. En Teoría literaria mis docentes hablaban del género policial: y yo pensaba en forma simultánea cómo hacer para leer en "serio" s.f. Ahí conocí un profesor que admiro mucho, y es, junto con Capanna, la persona que a mi juicio más sabe del género en Argentina: Hugo Aguilar. No sé qué me llamaba en ese momento, bueno sí: nostalgia. Sé que los adolescentes leen autores y textos "devaluados" por los adultos, lo sé porque yo enseño a leer textos que ingresan en esa órbita de la infancia y la adolescencia en espacios curriculares específicos y hay investigaciones realizadas sobre esas lecturas. Entiendo que uno lee esa literatura porque sabe que es "menor" como un ejercicio de resistencia, una actitud punk, un lector menos que salvaje digamos y desacartonado por donde se lo mire. ¿De ahí vendría mi curiosidad? Quizá junto con todo lo que está relacionado con la cultura de masas: Superman, Astroboy, Akira, Macross y así. Al terminar ese verano de 1995 mamá se separó definitivamente de papá. 20 años más tarde mi compañero de banco del secundario era arrestado, no sé si será cierto del todo, por vender textos “pornográficos” a la salida de una escuela primaria de mi ciudad, a papá casi no lo veo y yo me dedico a enseñar literatura y a formar, o deformar, a futuros formadores, como se quiera.


-Superman, Akira, Astroboy, ¿cuál es tu personaje de ciencia ficción favorito?

-No sé si tengo un personaje de s.f preferido. Es así: pienso en la figura del superhéroe como una figura que completa lagunas, espacios en blanco, del imaginario colectivo. Me atrae cómo se edifica y se construye semióticamente la figura del héroe, desde Propp hasta Campbell, hay funciones y acciones y sentidos que son recurrentes como una carencia o la superación de pruebas. De ahí que me gusten las historias en las cuales varios superhéroes conforman una suerte de comunidad, una identidad fundada en la diferencia: La liga de la justicia sería un ejemplo de ello. Si uno lo piensa el superhéroe está por encima de la matriz de géneros discursivos o literarios y daría la impresión de que los superhéroes se imprimen provisoriamente en la cultura de masas y que están para dar cuenta de otros estados de la experiencia: eso es importante, por un lado una percepción de lo social y por otro: una experiencia que se funda en nuestra subjetividad. Entre la figura de superhéroe y héroe seguro que hay apenas un criterio de demarcación: los personajes que me gustan son los de mi infancia: Flash Gordon me puede y lo vuelvo a leer y es genial. Hace poco veía otra vez Ben 10 y hay capítulos que son maravillosos porque desde la convención de s.f se leen y re.significan “todos” los fenómenos que están al límite, en la frontera, del mismo género como lo paranormal o parapsicológico y los hacen ingresar en un universo común.


-¿Tenés lecturas recurrentes, autores por los que sientas cierta influencia particular, o que sencillamente admires?

-En cuanto al tema de influencias pienso en tradiciones a la manera de Bloom, digo, como conjuntos de procedimientos literarios que se repiten en el tiempo. Eso parece una cita de memoria pero no muchos lo tienen en cuenta. Si son los “procedimientos” la materia de la escritura lo que sigue para pensarse como autor y pensar en los propios textos consiste en las lecturas que atienden a esas operaciones del lenguaje en los textos mismos. ¿Qué sucede? La organización cronológica y enciclopédica de la lectura, la formación del lector/escritor enciclopédico,  como quién dice voy a leer la historia de la literatura o de la poesía desde cualquier periodización, decanta en pos de una lectura con un mapa de ruta (muy) personal.  Así me permito, me doy el gusto, de leer autores más ligados a poéticas barrocas, metafísicas, románticas, líricas y objetivistas. Mis textos los ubicaría en una suerte de “objetivismo lírico” y me gustaría un día tener la oportunidad de teorizar sobre ello. Sigo: leo mucho a mis contemporáneos y en lengua castellana y sobre todo autores argentinos. Hay autores que frecuento porque aprendo de ellos en cada re.lectura: Adúriz, Bossi, Rosemberg, Arijón, Gruss, Andruetto, Smith, Mattoni, Raimondi, Casas, Massin, Leónidas Lamborghini, Aulicino, Porchia, Juarroz, Gianuzzi, Veiravé, Carrera, Díaz. Hay autores de mi edad, poco más o poco menos, que admiro también, y esa sería una lista más larga todavía.  


-Un poema tuyo termina así: la poesía es un anillo de cenizas / alrededor / de transbordadores espaciales. ¿Cuáles son los elementos esenciales de tu universo poetico? ¿Qué puntos no podrían faltar en esa constelación?

-En principio la imagen es un borrador de una poética. La pensé a partir de la experiencia del proyecto espacial del Challenger. Imaginé, como una analogía, que la explosión de la nave sería parecido al estallido de sentidos que produce la poesía en el interior de nuestra lengua. Hay elementos de la cultura de masas que no pueden faltar en mi caso: aunque sean como guiños sirven para articular lecturas con generaciones que son diferentes y son una excusa para hablar de la subjetividad de cada uno. Hay puntos recurrentes: la infancia, la familia y la dificultad para revestir de significación la experiencia. Como contrapunto también la poesía me llama a pensarme desde otro lugar, desde la diferencia, me llama a un uso de la imaginación desde el cual me localizo en geografías y escenarios donde nunca he estado y la escritura, así, termina por delinear, performativamente hablando, un paisaje donde antes no había nada.